¿Otra vez lo mismo?
Hace unos
días me encontré con Norma –una vecina a la que conozco desde hace muchos años–
y la vi muy alterada. Me contó que había pasado por un mal momento, debido a que
habían vuelto a robarle la cartera en el
tren. Y dijo que habían vuelto a
robarle, porque este tipo de cosas le sucedían con bastante frecuencia. Le
sustrajeron varias veces el celular, otras veces la billetera, y otras veces
más de una cosa al mismo tiempo. Pero esta vez fue total: le robaron toda la cartera.
Después de
escucharla y lamentar lo que le había pasado, se me ocurrió preguntarle si ella
tomaba algún tipo de recaudo para que esto no le pasara tan seguido. Su
respuesta fue: “Es terrible, me cortaron la correa y yo no me di cuenta. El tren iba muy lleno. Estábamos todos
apretujados. Pero ¡cómo no me di cuenta!".
Le dije que
la entendía, porque lamentablemente los carteristas tienen la habilidad de
sustraer cosas sin que uno se dé cuenta. Y, como en realidad todavía no había
respondido a mi pregunta, fui más explícita y le pedí que me contara dónde
ponía ella su cartera cuando viajaba, y cómo la llevaba en esta última ocasión.
Me dijo que siempre la usaba colgada del hombro y al costado del cuerpo. En ese
momento sospeché que Norma no sólo tenía mala suerte, sino que, además, no
había aprendido de la experiencia.
Aunque
muchas personas podrían pensar que este es un ejemplo atípico –ya que la
mayoría de la gente toma medidas preventivas en este tipo de situaciones–, a mí
me parece, en cambio, que es uno típico –más allá de la anécdota–, en el
sentido de que refleja algo que nos puede suceder a todos. Este caso ilustra,
en mi opinión, cómo muchas veces nos resulta difícil responder de manera
diferente, a las situaciones que se repiten una y otra vez.
Cuando Norma
me contó cómo llevaba la cartera, le dije que me parecía más seguro que la
llevara asegurada con el brazo, por delante de su cuerpo. Pero no me prestó
mucha atención. Seguía diciendo: “¡Cómo no me di cuenta! ¡Cómo no me di cuenta!”.
Hete aquí, quizás,
una de las claves para comprender lo que no
nos ayuda a evitar que las situaciones se repitan. Norma seguía aferrada a su expectativa de darse cuenta
si le robaban y consideraba que su error consistía en no haberse dado cuenta.
Yo, en cambio,
considero que su error consistía en no partir de la base de que podían robarle, y actuar en
consecuencia. Es decir que conservaba dicha
expectativa a pesar de haber notado, una y otra vez, que no se percataba cuando
un pillo metía mano en su cartera.
En mi
opinión, esta actitud es semejante a la de esperar que alguien que no suele
cumplir con su palabra la cumpla, o que alguien que no se comporta de manera
responsable se comporte responsablemente. Si bien es cierto que la gente no
siempre procede de la misma manera –y
también, que la gente puede cambiar–, me parece que es más aconsejable partir de lo que observamos y no de nuestra
idea de cómo deberían o podrían ser las cosas.
Conozco a muchas
personas –inclusive a mi me ha pasado– que, como Norma, sigue atascada año tras
año en patrones de interacción a la espera de que el otro haga lo que se supone debería hacer, o de que la
situación sea como tendría que ser o
como uno desearía que fuera.
Cuando
tomamos nota de cómo son las cosas al presente y nos preguntamos qué podemos o
qué queremos hacer al respecto, tenemos más posibilidades de aprender de la
experiencia y de ser más efectivos en la solución de nuestros problemas.
Entonces, ¿por
qué no hacemos esto más seguido? Me parece que, al menos, por tres motivos relacionados:
1- Porque no
tenemos el hábito de identificar cuáles son nuestras expectativas.
2- Porque una
vez que las identificamos, no siempre estamos dispuestos a modificarlas o a
renunciar a ellas.
3- Porque cuando
modificamos una expectativa, se nos hace luego más evidente que hay otras cosas
que también necesitamos cambiar, si no nos queremos exponer a que una situación
se reitere.
Si Norma
identificara su expectativa de darse cuenta y estuviera dispuesta a reconocer
que cada vez que se sube a un transporte público corre el riesgo de que haya un
carterista, tendría que cambiar, también, su forma de usar la cartera.
Si alguien
nos da su palabra reiteradas veces y no la cumple, cada vez que nos dé su
palabra necesitaremos recordar que puede ser que no la cumpla. Esto puede
enfrentarnos obviamente a algunas desilusiones. Implica, también, asumir la
responsabilidad de capitalizar nuestra experiencia y de actuar en consecuencia.
Lo mismo
podría decirse cuando un adulto –y no estoy hablando aquí de temas vinculados
con la educación de nuestros hijos– ha demostrado reiteradas veces que no se ha
hecho responsable de algo. Necesitaremos reconocerlo, procesar todo lo que eso
nos genera, y elegir el camino para seguir, partiendo de la base de que esa
persona probablemente seguirá comportándose de la misma manera.
Aunque
indudablemente este es el camino más arduo, es también el camino que más nos
ayuda a no tropezar siempre con la misma piedra y a crecer.
Lic. Eugenia Lerner
Lic. Eugenia Lerner
Gracias Eugenia, una vuelta más de rosca a los temas ya vistos... me aclara y me recuerda lo que puedo hacer. Un fuerte abrazo. Silvia Tassistro
ResponderEliminarMe alegro, Silvia, que te haya recordado lo que podes hacer. Abrazo !!!!!
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