Persistir a pesar de la inconstancia
Hace unos meses,
Silvia inició un tratamiento. En el primer encuentro,
después de hablar de distintos temas, ella dijo que, en definitiva, lo que le
pasaba era que estaba bloqueada y se
sentía muy insatisfecha consigo misma y con su vida en general.
Mencionó que desde hacía mucho tiempo no podía
avanzar, ni mantener o concluir lo que se
proponía y que, a lo largo de sus cuarenta años, había comenzado una serie
de cursos y proyectos diferentes, que siempre
había dejado al poco tiempo.
A esa altura, no solo estaba frustrada porque
no había terminado nada de lo que
había empezado, sino porque creía, además, que su inconstancia no tenía remedio.
Después de una serie de entrevistas, había
llegado el momento, a mi criterio, de definir en qué dirección quería o
necesitaba avanzar en el presente. Para ello, le dije que sería útil establecer
un objetivo concreto y acotado con el que pudiéramos trabajar en esa etapa.
No resultó fácil definir una meta específica puesto que ella quería que
cambiara todo. Además, según decía,
no sabía o no podía reconocer por dónde empezar (o, más bien, descartaba lo que
se le ocurría por diferentes motivos). Le costaba, entonces, asumirse como
posible hacedora de algún cambio.
De acuerdo con el diccionario, constancia
quiere decir firmeza y perseverancia en
las resoluciones, en los propósitos o en las acciones.
En relación con su anhelo de que todo cambiara, cualquier cosa que no
fuera todo le parecía poco
significativa, realmente no la motivaba, o bien dudaba de que fuera
verdaderamente capaz de emprenderla.
En medio de esa gran dificultad, contábamos
con algo a favor: su gran honestidad para expresar lo que pensaba y sentía en
cada momento.
No viene al caso extenderme aquí en la
cuestión de cómo finalmente logramos llegar a definir una meta acotada. Solo
diré que tuvimos que remar en contra de la corriente de sus no y de sus peros. Si a pesar de esto pudimos acordar una meta específica, fue
porque logré convencerla de tomar ese proceso a título de experimento, aprendizaje o
posibilidad de investigar dónde estaba el bloqueo. Y por sobre todas las
cosas, aceptó –al menos conceptualmente– el argumento de que nadie puede hacer todos los cambios que
necesita al mismo tiempo. Así como un levantador de pesar comienza con una
pesa de pocos kilos para entrenar, ella necesitaba comenzar con un objetivo
pequeño para revisar sus bloqueos,
entrenarse en algo nuevo, y ensayar abordajes que le resultaran más efectivos.
Fue así como eligió su objetivo inicial: salir a correr tres veces por semana.
A la sesión siguiente (dos semanas después de
haber elegido el objetivo), comentó apesadumbrada que había intentado seguir un
programa de entrenamiento que había visto en una página de Internet, pero que
no había podido cumplirlo.
El programa decía que había que correr quince
minutos la primera vez y luego ir sumando cinco minutos por día hasta llegar a
media hora. Ella solo había logrado correr cinco minutos un día y cinco minutos
otro día, y luego no corrió más por varios motivos: por una parte, se
desmoralizó porque no solo no pudo correr los quince minutos estipulados, sino que además no logró
sumar minutos la segunda vez. Por otra parte, el impulso inicial se desvaneció
(como le suele ocurrir): ella no logró superar el desgano y, para completar,
tuvo algunas complicaciones en el trabajo.
Le propuse, entre otras cosas, que siguiera un
programa de entrenamiento más flexible y posible para ella. Inicialmente, no
estuvo de acuerdo y argumentó que el que había visto era bueno y que se suponía
que cualquiera podría hacerlo. Yo no puse en duda que fuera bueno, pero sí que cualquiera pudiera hacerlo; de hecho
ella no había podido y probablemente mucha otra gente tampoco lo hubiera podido
hacer.
Después de una especie de negociación, aceptó probar el programa que yo le proponía a partir
de su experiencia real: correr cinco minutos por vez la primera semana y siete
minutos por vez la segunda.
Dos semanas después llegó nuevamente
apesadumbrada: sólo había logrado correr tres veces la primera semana, pero no
había corrido ni una sola vez la segunda.
Después de valorar lo que sí había logrado, esto
es, correr tres veces la primera semana, le propuse aceptar que correría todo lo posible. De manera, que ahora el
objetivo sería correr la cantidad de minutos que le permitiera su estado
físico, de ser posible tres veces por semana, y retomar el ejercicio cada vez
que por algún motivo lo hubiera interrumpido.
Obviamente, este no es el entrenamiento
deseable para un deportista, pero como ella no aspiraba a serlo, era el
entrenamiento posible para ella en ese momento.
La última vez que la vi, había corrido algunas
veces y había logrado, también, retomar la práctica después de algunos días en
que la había tenido que interrumpir.
Si bien no estaba conforme, se sentía un poco
mejor y empezaba a reconocer que era mejor plantearse las cosas de esa manera y
partir de lo que era realmente factible para ella en ese momento que tratar de
seguir forzando algo que no podía hacer. Mantener expectativas poco realistas
respecto de como tenía que
ejercitarse volverían a bloquearla, mientras que adecuar las expectativas a su
propio proceso le permitiría, en cambio, sostener su objetivo y eventualmente,
con el tiempo, mejorar su hábito y avanzar aún más.
Lo que le ocurre a Silvia no es infrecuente.
En mi experiencia veo que nos sucede a muchos con algunas de las cosas que
queremos lograr o que necesitamos hacer.
Generalmente, asociamos firmeza y
perseverancia con mantener lo emprendido en forma ininterrumpida, sin dudas, y
sin idas y vueltas. Si lo podemos hacer de esta manera, fantástico, pero, como
sabemos, usualmente no ocurre así con las cosas que más nos cuestan o solo es
así con algunas cosas.
Desde mi punto de vista, podemos ser perseverantes
también, a pesar de las dudas y de las discontinuidades. Volver a decidir lo
mismo después de vacilar –elegir otra vez un propósito después de desistir y
retomar una acción después de haberla interrumpido– es también una forma de
perseverar. Más aún, para la mayoría de nosotros, es quizás la única forma de
perseverar respecto de todas esas cosas que nos cuesta emprender o respecto de
las que experimentamos mucha inercia.
Esto se nos complica cuando queremos todo y lo queremos ya. Se nos facilita
cuando vamos paso a paso y toleramos el proceso personal, con sus vicisitudes y aprendizajes, junto con el tiempo que nos demanda la construcción de los hábitos necesarios para alcanzar nuestras metas.
En síntesis, podemos perseverar a pesar de
nuestra inconstancia cuando nos mantenemos atentos a nuestro proceso,
reconocemos con honestidad lo que nos pasa, revisamos nuestros criterios, y
tenemos expectativas y actitudes flexibles para explorar y seguir adelante.
Lic. Eugenia Lerner
Comentarios
Publicar un comentario