El obstáculo es el camino
Hoy leí un comentario en Facebook que decía: “Cuando los caminos se nos
llenan de obstáculos, seguramente es porque hay obstáculos en nuestro interior:
miedos, preocupaciones, resistencias. Yo los llamo debilitadores de energía.
Son muy tóxicos y nos invaden cuerpo y mente”.
Pienso que estas aseveraciones pueden ser útiles para algunas personas,
puesto que nos recuerdan que para transformar los obstáculos es necesario
realizar un trabajo interior; pero en realidad, no concuerdo con esta
perspectiva (que actualmente está difundida entre muchas personas que transitan
caminos espirituales).
Antes de proponer otra perspectiva, me gustaría decir cuáles son mis
discrepancias con las afirmaciones de Facebook antes mencionadas.
La primera afirmación dice: “Cuando los caminos se nos llenan de
obstáculos, seguramente es porque hay obstáculos en nuestro interior: miedos,
preocupaciones, resistencias”. Lo primero que me surge al respecto es una
pregunta: ¿existe la posibilidad de que en nuestro interior no aparezcan en
ningún momento miedos, preocupaciones o resistencias? A mí me parece que no.
Podemos sanar los miedos, cuando aparecen, desarrollar habilidades para
enfrentarlos o bien modificar (dentro de lo posible) las situaciones que los
generan; también podemos cambiar nuestra actitud en relación con esas
situaciones, pero no podemos evitar que los miedos surjan en algún momento.
El miedo es una emoción primaria, es una reacción involuntaria frente a
situaciones que son peligrosas o que percibimos como peligrosas. Sentimos miedo
cuando estamos inseguros, o cuando no estamos en condiciones de afrontar algo
que tenemos por delante o imaginamos que ocurrirá. Desde mi punto de vista, no
hay forma de evitar que surja el miedo, puesto que −como he dicho− es una
reacción automática. Lo que si podemos hacer es mitigarlo o desactivarlo una
vez que se presenta, y desarrollar nuestra confianza y seguridad.
Respecto de las preocupaciones, ocurre algo semejante. En este caso, es
la mente la que se encarga de dar una alerta. Nos dice que tenemos algo por
resolver, que algo está pendiente y que necesitamos prestarle atención. Cuando
lo pendiente nos resulta complicado, no podemos o no queremos resolverlo, se
convierte en preocupación.
La preocupación es, también, una reacción automática que nos advierte
–como hemos dicho− que hay algo de lo que nos tenemos que ocupar. Para dejar de
preocuparnos, necesitamos resolver la cuestión o bien cambiar nuestro foco de
atención. Lo que no podemos hacer es evitar que en algún momento se dispare la
preocupación, puesto que –reiteramos− es una reacción involuntaria de nuestro
sistema.
Pasemos ahora al tema de las resistencias. Hay diversos tipos de
resistencia. En la naturaleza, por ejemplo, hay dos fuerzas: una de cambio y
otra de resistencia al cambio. Si no hubiera una fuerza de resistencia, todo
estaría en perpetuo cambio, y eso llevaría al caos o a la destrucción. De
manera que esta resistencia natural es la fuerza que contribuye a mantener la
estabilidad, a conservar y a ahorrar la energía. Ambas fuerzas son necesarias
para la vida. Sin cambio no hay crecimiento y con demasiado cambio hay desorden
o inestabilidad.
Por lo tanto, si tomamos como cierto lo dicho en relación a los miedos, a
las preocupaciones y a las resistencias, tendríamos que aceptar que en la vida
siempre se presentará algún tipo de obstáculo proveniente de nuestro interior,
puesto que siempre surgirá, de forma automática e involuntaria, algún miedo,
alguna preocupación o alguna resistencia (el trabajo interno consiste en gran
medida en desactivar o cambiar nuestras reacciones automáticas).
Pasemos a la segunda aseveración: “Yo los llamo debilitadores de energía.
Son muy tóxicos y nos invaden cuerpo y mente”.
Coincido con esta afirmación, puesto que efectivamente estos estados
debilitan nuestra energía y producen toxicidad. Sin embargo, me pregunto una
vez más: ¿es posible evitar las oscilaciones de energía?, ¿alguien puede
mantenerse constantemente en un nivel alto de energía?, ¿sería funcional no
tener fluctuaciones de energía?, ¿el debilitamiento de la energía puede cumplir
alguna función, como por ejemplo, forzarnos a una pausa, a la reflexión, a
buscar alternativas, a revisar creencias o tomar nuevas decisiones?, ¿es
posible evitar que se generen tóxicos (sustancias que sea necesario desechar)?,
¿hay algún organismo vivo que no los produzca?
Los supuestos implícitos en dicha aseveración, me parece, son que se
puede mantener una energía constante y que se puede evitar la producción de
tóxicos.
Según mi lectura, hay otro supuesto que está implícito: que la causa de
todos los obstáculos está sólo en nuestro interior y que, al modificar nuestro
interior, podemos lograr que no existan más impedimentos. Es cierto que podemos
trabajar con nosotros mismos para modificar lo que nos es adverso. En realidad,
sólo podemos trabajar con nosotros mismos para modificarlos, pero aun haciendo
nuestra parte del trabajo, no podemos evitar que algo se interponga en nuestro
curso. No sólo no podemos controlar nuestras reacciones automáticas, sino que
tampoco podemos controlar las reacciones de los demás ni las circunstancias
externas.
No conozco a nadie que esté o que haya estado libre de obstáculos. Basta
con escuchar la historia de cualquier persona que se nos cruce en la vida, o
leer la biografía de los santos o de los iluminados para saber que todos
tenemos siempre muchas dificultades con las que lidiar.
Pasemos ahora a mi perspectiva sobre este tema. En realidad pienso que,
aun cuando nos gustaría que fuera de otra manera, los obstáculos son parte
ineludible de la vida. Son condiciones o estados que se presentan tanto en el
caminante como en el camino. Algunos de ellos parecen provenir desde adentro,
mientras que otros parecen venir desde afuera, pero sea como sea (hay
diferentes teorías o perspectivas sobre la cuestión de cuánto es interno y
cuánto es externo) desde lo observable y constatable, todos los seres tenemos
dificultades.
Debido, entonces, a que son inevitables, es mejor asumirlas como parte de
nuestra experiencia, en lugar de alimentar falsas expectativas, ya que no
podemos evitar que algunas cosas se interponen con nuestros deseos, propósitos
o preferencias. De nuestro trabajo interior depende, por supuesto, que estemos
mejor preparados para transitarlas, alivianarlas y aprender de ellas; pero no
creo que podamos eliminarlas por completo.
A veces, incluso (como ocurre con el montañismo), cuanto más subimos la
cuesta, mayor es la dificultad, o las condiciones del terreno se vuelven cada
vez más arduas.
Pienso que gran parte de nuestro trabajo interior es estimulado
precisamente por los inconvenientes y las dificultades. Los obstáculos nos fuerzan
a salir de nuestra zona de confort, de nuestras costumbres y hábitos y, en ese
sentido, a expandirnos más allá de nuestras limitaciones.
Aun cuando ciertamente puedan perturbarnos, nos dan la oportunidad de
hacer algo equivalente a lo que hacen las ostras cuando ciertas sustancias
irritan su tejido: secretan nácar, con el que recubren lo que las irrita, y al
hacerlo crece la perla.
Transformar los obstáculos nos lleva a transformarnos. Como dice un
aforismo que escuché decir a un sanador norteamericano: “Las dificultades de la
vida nos vuelven amargos o mejores” (“Difficuly can make you bitter or
better”).
Hay pocas satisfacciones más grandes como las que sentimos cuando
crecemos, mejoramos o superamos las adversidades.
Por último, quiero decir algo que es casi una obviedad: cuando algo se
interpone, no tenemos más remedio que hacer algo al respecto. Si lo hacemos con
el ánimo de aprender de la experiencia, podemos otorgarle un sentido que nos
ayude a ubicarla en una perspectiva adecuada para nuestra transformación. Por
eso hago mías las palabras de Marco Aurelio, emperador y filósofo romano: “El
impedimento a la acción avanza la acción. Lo que se interpone en el camino se
convierte en el camino”.
Lic. Eugenia Lerner
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