Abrir la puerta

La brasa estaba lista para el asado. Dani fue a buscar la carne a la heladera. Tiró de la manija y se quedó con casi todo el mango en la mano. Sólo permaneció un muñón de unos pocos centímetros de largo. Con cara de pena enojosa vino a anunciarnos lo sucedido. Era tarde y teníamos hambre.

Estábamos de vacaciones familiares en Costa del Este, con una pareja amiga que había venido a pasar el fin de semana al bungalow que alquilábamos. El día anterior habíamos llenado la heladera.

Cuando Jorge, mi marido de entonces, escuchó lo sucedido se impulsó cual bala a la cocina. Tomó el repasador, envolvió la parte del picaporte que aún quedaba y empezó a forcejear. Unos minutos después regresó al comedor puteando.

-   -          No hay caso ¡No se puede abrir! –exclamó- ¡No puedo estar ni un solo día tranquilo, sin problemas!
Desde hacía meses ansiaba descansar en la playa y liberar todo el estrés acumulado. 

No sabíamos qué hacer. Llamamos al dueño de la casa y no pudimos comunicarnos. Le preguntamos al vecino si conocía algún cerrajero.

-          Mmm… -manifestó pensativo- No he visto por acá. Me parece que van a tener que ir hasta Mar del Tuyú. 

En aquella época Costa del Este era un balneario nuevo. Muy tranquilo, escasamente poblado. Caminé unas cuadras para ver si encontraba alguna ferretería o algún cartelito de reparaciones. Nada. Mientras regresaba, recordé una de las premisas chamánicas “todo es energía, Todo responde.” No perdía nada con intentarlo.  Empecé a conectar con la heladera. 

Pedí estar sola en la cocina. Jorge se rió. Sospechó que haría alguna de esas cosas raras, con las que él no comulgaba.

-         - Si lográs abrir la puerta juro que me hago monje tibetano –exclamó con ironía. 

Después de cruzar una mirada cómplice con Nora, mi amiga, me encerré en la cocina. Respiré, me serené y apoyé la mano en el resto del picaporte. Le pedí que me guiara. Tiré de la manija y ni se inmutó. La fuerza no funcionaba. Pregunté: ¿qué puedo hacer? En mi mente aparecieron escenas de películas: ladrones girando el dial de la combinación de una caja fuerte, atentos a la más mínima respuesta sonora o mecánica de la perilla. ¡Ah! Intentaré algo así.

Moví y presioné la palanca con suavidad de diversas maneras. En un momento sentí que algo cedía y se encajaba en la cerradura. Mientras mantenía la presión con una mano, tiré hacia afuera con la otra. ¡Sorpresa: abrió! 

-        -  ¿Cómo lo hiciste? –preguntaron.

-         - Hablé con la heladera. Cualquiera puede hacerlo –respondí. 

-         - Ja ja ja… -se despacharon los muchachos. Nora sonrió. 

Devoramos gustosos el asado.
Horas después Nora quiso saber algo más sobre el episodio y compartí con ella la técnica que me habían enseñado: calmarse, pedir inspiración y estar abierta a lo que llega. La respuesta intuitiva puede venir a través de ideas, recuerdos, imágenes, corazonadas y sensaciones corporales. Algunas veces el mensaje es literal, otras metafórico. A partir de allí, probar y ensayar. Tener en cuenta que no siempre depende de uno y aceptar si no funciona. 

Esa noche Nora abrió la heladera.  
Jorge nunca se hizo monje budista.  
Y yo, cuando estoy trabada, continúo hablando con los acontecimientos.

Eugenia Lerner

 

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