La voluntad para la práctica se va construyendo
Hace muchos años, una profesora de piano le dijo a mi hija:
“tenés condiciones, pero si querés ser pianista tendrías que ejercitar al menos
cuatro horas por día”. Mi querida hija continuó en el Conservatorio de Música
por un tiempo, sin poder cumplir con esa expectativa. Le gustaba el piano, pero
no podía dedicarle tanto tiempo y no sabía si por falta de voluntad o de
energía. Frustrada, lo dejó y siguió por otro camino.
En mi experiencia, la mayoría de nosotros nos hemos
encontrado con alguna aseveración semejante, al emprender algún aprendizaje o
actividad, como por ejemplo, “hay que meditar veinte minutos todos los días” o “hacer
gimnasia tres veces por semana”.
Todos tenemos más facilidad para practicar ciertas cosas y no
tanto otras. Contrariamente a lo que muchas personas creen, no existe siempre
una relación lineal entre la vocación, la voluntad y la facilidad que tenemos
para ejercitarnos.
Podemos tener vocación e incluso facilidad para algo, pero
poca voluntad para lidiar con las dificultades inherentes a su despliegue. En
otros casos, podemos tener facilidad y voluntad, pero sentir que eso en
realidad no es suficientemente significativo para nosotros y así sucesivamente.
Estos tres factores pueden estar presentes en todas sus variantes y
combinaciones posibles.
Creo que no cabe duda de que la práctica, el estudio o el
entrenamiento son necesarios para el desarrollo de cualquier habilidad. Pero la
cuestión es que, como hemos visto, en un comienzo no siempre disponemos de la
disciplina necesaria para hacerlo de manera sistemática.
Es frecuente que para poner en marcha algo nuevo o difícil
sintamos una especie de inercia. Salir de la zona de confort nos consume mucha
energía. En relación a esto, una vez escuché un ejemplo que me pareció muy
gráfico: para despegar de la atmósfera y vencer la fuerza de la gravedad, un
cohete utiliza el ochenta por ciento de su combustible (su energía) con el
veinte por ciento restante realiza el viaje hasta su destino final. Esta
metáfora nos ayuda a comprender el esfuerzo que muchas veces está implicado en el despegue hacia nuevos horizontes.
Desde mi punto de vista, cada uno viaja como puede, a veces
de a poco, a veces de a saltos, a veces con intervalos. La disciplina es una condición que se puede ir
construyendo y existen muchas maneras de hacerlo.
Algunas personas prefieren fijar horarios (para meditar,
estudiar o entrenar) y otras, en cambio, prefieren encontrar los momentos que
sientan más adecuados para eso. A veces sólo nos da para practicar unos pocos minutos
mientras que, en otras ocasiones, podemos extendernos por más tiempo. Hay oportunidades en que puede ser útil, también, alternar tiempos de práctica con tiempos de descanso.
El proceso de entrenamiento es variable. Ser constante no
implica necesariamente sostener una misma modalidad durante todo el trayecto, sino encontrar la manera
de continuar por el camino elegido y ver lo que nos sirve
en cada tramo o circunstancia. En mi experiencia, suele ser más efectivo acomodar la
práctica a nuestras posibilidades y características, que forzarnos a cumplir un
plan cuando no lo estamos pudiendo.
Si estamos motivados a desarrollar alguna actividad o
habilidad y, a pesar de todos nuestros intentos, no podemos ajustarnos a un
programa determinado de entrenamiento, quizás no seamos nosotros los que
estemos fallando. Posiblemente lo que esté fallando sea el mismo plan.
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