Medita Dora

Dora era bastante ansiosa, y se impacientaba e irritaba con facilidad. Hacía mucho tiempo que intentaba estar más serena, pero no lo lograba. De vez en cuando, en los picos de intranquilidad, pensaba que quizás necesitaba ayuda, pero cuando volvía a su meseta, olvidaba la cuestión.
Un día, a raíz de un conflicto con su pareja, se desbordó tanto que se sintió bastante desquiciada. Se dio cuenta que no podía seguir así. Tendría que hacer algo al respecto.
Una de sus amigas, asidua meditadora, le había sugerido varias veces que meditara, pero a Dora no la atraían mucho “esas cosas”. No obstante en esas circunstancias, estaba dispuesta a probar casi cualquier cosa, con tal de estabilizarse un poco.

Llegó al lugar que su amiga le recomendó y le dijeron que esperara en el salón. Allí ya había unas cuantas personas sentadas en el piso, con las piernas cruzadas y los ojos cerrados. “uy… qué fastidio”, pensó, “esto no va a funcionar”. Esa postura francamente la incomodaba, le producía dolor de piernas y espalda. De todas maneras, no quiso dejarse llevar por el fastidio y se sentó, lo mejor que pudo.
Al cabo de unos minutos ingresó el instructor, inclinó el torso a modo de saludo, con sus manos juntas sobre el pecho, se acomodó sobre un almohadón y entonó “Ommm” varias veces… Todo el grupo lo siguió y ella también. Su Om salió tembloroso y desentonado. Cuando intentó mejorarlo, se le irritó la garganta, de manera que dejó de entonar.
Al salir, se sintió un poco disminuida y avergonzada, “seguramente no sirvo para estas cosas” –pensó. Pero como no quería darse por vencida tan pronto, siguió concurriendo por un tiempo. La estimulaba la idea de alcanzar algo de la tranquilidad que veía en los rostros y cuerpos de los demás.

Semanas después, en el trabajo, se animó a comentarle a un compañero que estaba aprendiendo a meditar y sus dificultades al respecto. Se sorprendió al enterarse que él también meditaba, con otro método, sentado cómodamente en una silla y repitiendo mentalmente un mantra especial. Según su compañero, este método era “mucho mejor y más efectivo para los occidentales”.

Dora sintió sus esperanzas renovadas. Sentarse en una silla y tener un mantraespecial” sonaba muy bien (aunque en realidad no sabía muy bien qué era un “mantra”). Tenía nuevas posibilidades y eso la animaba.
Fue así como llegó a una charla introductoria, en otro lugar de meditación. Cuando entró, lo primero que vio fueron ¡las sillas! El instructor comenzó diciendo: “La meditación consiste en focalizar la atención en una sola cosa. De esta manera se aquieta la mente y el cuerpo. Para mantener la mente en un foco, se usan mantras, que son sonidos o palabras que uno repite mentalmente, y…. “–continuó hablando un rato más de los mantras, de los beneficios de la meditación y de su sistema en particular.
Al finalizar dijo: “el curso consiste en tres clases individuales en las que se transmiten las instrucciones y el mantra”. ¡Clases individuales, qué bueno… algo más personalizado! –pensó.
En la primera clase recibió su propio mantra, indicaciones precisas de cómo meditar y también meditó durante veinte minutos. Su mente y su cuerpo se aquietaron y pudo disfrutar de la experiencia.
Pero su calma duró poco, porque antes de finalizar, el instructor dijo “ahora es necesario que busques un lugar tranquilo para meditar una o dos veces por día, durante veinte minutos”. “Sonamos” –pensó. Ninguna de estas cuestiones le resultaba tan sencilla “buscar un lugar”, “tranquilo”, “todos los días”, “dos veces”, “veinte minutos”. Expresó sus dudas, pero el instructor sólo respondió que si se lo proponía, iría encontrando de a poco, la manera de hacerlo y que en las próximas clases lo seguirían conversando.

Al finalizar el curso Dora “sólo” meditaba dos o tres veces en la semana, en un lugar medianamente tranquilo (el dormitorio) y no podía sostener su atención por más de unos pocos minutos en el mantra. El instructor había reiterado que era cuestión de práctica, que cuando se distrajera simplemente volviera a enfocarse en el mantra y dejara pasar sus pensamientos. Que meditara todos los días por su cuenta y que, ya finalizado el curso, podía concurrir a los grupos de meditación.
Dora siguió practicando, como pudo, y su progreso fue lento pero perceptible. Entre otras cosas, notó que muchas veces después de meditar estaba más tranquila por unas cuantas horas, hasta que el efecto se “disipaba”. Algunas veces hasta perdía la consciencia de su cuerpo y su mente quedaba como “flotando en el espacio”. Esto le resultaba muy grato, porque le producía una relajación profunda y reparadora.
No obstante, en el grupo de meditación le dijeron que ese estado de semi-inconsciencia, que se llamaba “trance”, no era lo mismo que meditar. Eso la confundió mucho, porque cuando entraba en ese estado sentía mucha paz, y eso era lo que ella había buscado al comenzar.

Unos meses después, su mente ya no salía flotando por ningún lugar, se aburría al repetir todo el tiempo el mismo mantra y se distraía más de la cuenta. En fin, ya no podía meditar. Admiraba a la gente disciplinada y voluntariosa. Al parecer ella no tenía la voluntad suficiente. 
Cada tanto pensaba en retomar, pero estaba bloqueada. 
Así pasó un año más, hasta que un día sintió nostalgia de meditación, y estaba nuevamente en un pico de ansiedad.

Esta vez decidió informarse más sobre el tema. Buscó libros y leyó material por Internet. Se enteró de que hay muchos enfoques diferentes de meditación. Que en algunos enfoques hay variedad de técnicas. Se enteró también de que cada enfoque puede tener propósitos diferentes y que el propósito de la meditación, influye tanto en la experiencia como en los efectos que se obtienen de ella.
En este sentido, algunos métodos buscan principalmente aquietar mente y cuerpo o mejorar el fluir de la energía. Mientras que otros, aspiran a fortalecer el “observador” interior, facilitar la conexión con el alma o el espíritu, sanar estados emocionales o mentales, obtener guía espiritual o sabiduría.
A través de las sucesivas lecturas llegó a la conclusión de que también se puede meditar en movimiento y enfocar la atención en diversas cosas. O sea, que centrarla en “una sola cosa” no significa (necesariamente) “solo en una cosa”, sino en una cosa por vez. Comprendió en definitiva que la meditación puede ser quieta y silenciosa o dinámica y poblada de mensajes, símbolos e imágenes.
Le quedó más claro que la meditación es un proceso, que como toda práctica requiere un aprendizaje y que cada persona necesita encontrar su forma particular de aprender y de practicar.

Actualmente, Dora practica meditaciones sanadoras. Las hace cuando puede y cuando quiere. A veces su atención está muy enfocada, otras veces, dispersa. A veces entra en trance, otras está hiperconsciente. Valora más los efectos y está menos pendiente de “hacer bien las cosas”. Se permite descubrir qué le resulta sanador en cada momento y no se recrimina cuando deja de meditar por unos días.
A veces le gustaría ser más metódica, pero reconoce que es así como puede hacer, ahora, las cosas. 
Aceptarlo, le da serenidad.
Eugenia Lerner

Comentarios

  1. que buen viaje hizo Dora... y felizmene llegó a lo esencial... está muy bueno!

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

Kuleana: un hermoso concepto hawaiano

Más que la suma de nuestras partes - Entrevista a Richard Schwartz

Vuelvo sobre tus huellas, Tom