Más allá de los límites


Hace unos años hice raffting por primera vez en mi vida. La decisión de navegar por los rápidos me sorprendió porque, aunque siempre practiqué alguna actividad física, los deportes nunca fueron mi fuerte. Había estado otras veces en esa región montañosa y hasta el momento las caminatas y el trekking me daban la cuota necesaria de ejercicio y conexión con la naturaleza.
Pero un día escuché a unas personas hablar con entusiasmo del raffting que habían hecho por un río de la zona y algo se despertó en mi. Probablemente estaba lista para nuevas aventuras, para ir más allá de mis límites y conectar de otra manera con el lugar.
Me pareció que esta excursión, además de ser divertida, podría contribuir a mi experiencia chamánica en la Naturaleza. Me dispuse por lo tanto al aprendizaje y a la transformación y decidí ingresar al área como quien ingresa a un Templo -en este caso un Templo Natural- en estado de conexión física y espiritual con  la naturaleza.

Fui con la amiga de una amiga, a la que llamaré Noaceptolímites. Nuestra amiga en común, (muy conocedora de esos parajes), reservó dos plazas en una agencia especializada en turismo de aventura. Al día siguiente, temprano, pasarían a buscarnos.
A la hora indicada llegaron tres camionetas repletas de pasajeros. Subimos a una y ocupamos los dos únicos asientos que quedaban libres.
Junto a mi viajaba una mujer joven que conversaba en voz baja con otra. Supuse que eran amigas, porque trasuntaban cierta afinidad y ambas tenían algo "raro" en común, como si estuvieran conectadas entre sí y desconectadas del entorno. Sentí que no "encajaban".
Llegamos al río, descendimos de las camionetas y en ese momento me percaté de que las dos mujeres “raras” eran ciegas. Gran impacto. No estaban “desconectadas”, no veían.
El coordinador nos indicó un lugar de reunión cerca de la orilla. Las no videntes requirieron de cierta ayuda para llegar allí, pero no tenían actitud de “minusválidas”. Un rato después me di cuenta de que no sólo conectaban bien con el exterior a través de los otros sentidos, sino que también parecían disfrutar del paseo, porque sonreían y hablaban alegremente con otras personas del grupo. Entonces sentí que lo que no “encajaba” eran mis primeras impresiones acerca de ellas. Cuando imaginé que la excursión podría expandir mis límites, no pensé que lo primero en expandirse serían mis ideas. Mi percepción de estas mujeres viró de “raras” a admirables. Ellas sí que iban más allá de sus limitaciones.

Una vez reunidos, el coordinador dio instrucciones sobre cómo remar, girar la balsa, socorrer a alguien en la eventualidad de que cayera al agua, etc. Hizo hincapié en que todos debíamos acatar las instrucciones del timonel al instante, ya que para navegar por los rápidos sería fundamental que todos remáramos al unísono.
Noaceptolímites y yo subimos a la misma balsa. Cerca de la orilla, el timonel dirigió unos minutos de práctica, para asegurarse de que habíamos comprendido las consignas. Después de eso iniciamos la travesía. Qué emoción!!!

Fiel a mi propósito, tomé unas cuantas respiraciones profundas, cambié levemente mi estado de consciencia y conecté con el río, sus alrededores y los sonidos de la naturaleza.
Minutos después la guía empezó a “oficiar”, a un ritmo y decibeles nada concordantes con mis expectativas de paz y silencio. Vociferaba: “aquí a mi derecha podemos ver...y a mi izquierda encontrarán... “ “y ese árbol de allá se llama... “. Yo sólo quería escuchar los sonidos del  lugar.
Mis compañeros de balsa sumaron ruido y excitación: preguntas, chistes, comentarios que para mis expectativas estaban “fuera de lugar”, risas, gritos, cantos.
“Si estuviera centrada y en profundo silencio interior –pensé- todo esto no me molestaría”. Hice varios intentos más para centrarme, pero no lo logré. Los ruidos seguían perturbándome. Así que opté por otra alternativa: cambié mis expectativas respecto de la situación y me propuse aceptar lo que ocurría. Eso dio mejores resultados.

Nos aproximábamos al primer rápido y el timonel pidió que estuviéramos atentos y preparados para navegarlo.
“Derecha atrás, izquierda delante” ordenó. (Eso quería decir que los que íbamos a su derecha debíamos remar hacia atrás, mientras que los que estaban a su izquierda debían remar hacia adelante). Noaceptolímites, estaba como yo del lado derecho, por lo que ambas debíamos remar hacia atrás, pero no, ella siguió remando hacia adelante, con mucha alegría y convicción. La guía volvió a dar la orden en tono más categórico: “Derecha atrás, izquierda delante”. Noaceptolímites siguió remando hacia adelante con pasión. “No debe haber escuchado o está distraída”, pensé. De todas maneras me llamó la atención, porque ella no era novata –como yo- en esto del raffting. Cuando el timonel gritó la orden por tercera vez, ella finalmente se detuvo unos segundos, dijo “Ah!!!”  y comenzó a remar hacia atrás, como debía. Todos los que íbamos en la balsa reímos.

Después de un trecho manso nos enfrentamos al siguiente rápido. El timonel dio la orden de detención. Todos, a excepción de Noaceptolímites, dejamos de remar, mientras ella siguió dándole a los remos con ímpetu. Parecía disfrutar del vértigo que se avecinaba.
A unos cien metros de la balsa se podía ver una gran roca en el medio del río, por lo que su “sordera” a las consignas –de los oídos andaba muy bien-, ya no me movió a risa. Parece que a mis compañeros de balsa tampoco, porque todos gritaron “DETENCIÓN”. La perspectiva de chocar contra la roca no era particularmente atractiva, pero parecía que a Noaceptolímites no la amedrentaba, porque ella “cabalgaba” sobre la balsa como una elegante Amazonas, blandiendo su remo cual lanza. “PARÁ, PARÁ DE REMAR”. Insistieron los demás. Yo estaba tan estupefacta que no atiné a expresar palabra. Finalmente paró. “Ah !!!... no me di cuenta”, dijo sonriente y divertida, como si no le importara. La adrenalina invadió mi sistema.
De ahí en más decidí que no quería dejar mi seguridad ni la del grupo en sus manos. Se me hizo claro que yo, por estar inmediatamente detrás de ella, tenía más chance de ser escuchada. A partir de ese momento ni bien el timonel daba una orden yo la repetía varias veces, apuntando mi voz a sus oídos en el tono más fuerte, claro y decidido del que era capaz. 
Logramos pasar el segundo rápido sin más inconvenientes y luego navegamos otro tramo de corriente mansa, en lo que al río se refería, porque en mi interior había torbellinos.
El sistema de repetir las órdenes varias veces funcionó bastante bien hasta que nos enfrentamos con el rápido más peligroso de nuestro trayecto. En ese sector no sólo había una gran roca en medio de la correntada sino también otras diseminadas y  varios remolinos de agua entre ellas.
Noaceptolímites se salió de madre, como quién diría, cansada de tanto contenerse blandió una vez más su remo/lanza y le dio con fuerza hacia delante, cuando en realidad habíamos recibido la instrucción de remar con suavidad. Se me ocurrió que quizás para ella esto sería como estar en los “autitos chocadores” en un parque de diversiones. Pero para mi y supongo que para el resto del grupo esta situación requería de nuestra cautela. Para peor, el estruendo del agua competía con nuestras voces, lo que dificultaba aún más que nos escuchara.
Sin embargo la pericia del timonel y la disciplina del resto del grupo nos permitió salir ilesos y  sortear todos los obstáculos sin mayores inconvenientes.

Mi naturaleza, como la de muchas personas, me lleva constantemente a la búsqueda de nuevas experiencias y aprendizajes. En mi camino surgen constantemente ideas y expectativas respecto de qué quiero y cómo me gustaría que se presentaran las situaciones. Pero ya he aprendido algo:
·         los procesos muchas veces son diferentes a cómo espero que sean (constato que a los demás les ocurre lo mismo);
·         si me mantengo abierta, consciente y flexible la experiencia siempre es enriquecedora.
·         toda situación por más intrascendente que parezca puede ser fuente de aprendizaje y transformación.
·         a veces nuevas experiencias me permiten ir más allá de mis limitaciones y también comprender, los “viejos” conceptos bajo una nueva luz.
Para esta excursión yo me había propuesto una experiencia en la Naturaleza, pero la experiencia más relevante para mi fue con la naturaleza humana. Me llevó a pensar que:

·         algunas personas con limitaciones físicas, (como las ciegas del grupo) van más allá de sus límites y expanden sus capacidades y actitudes en otros sentidos.
·         otras personas (como Noaceptolímites) sin limitaciones físicas, pueden tener limitaciones funcionales (ella oía pero no escuchaba).
·         Los que son “raros” o están fuera de lugar a veces sólo están fuera de nuestras impresiones, ideas o expectativas (como mis primeras impresiones de las no-videntes o expectativas de gozar de la Naturaleza en silencio).
·         Algunas veces necesitamos ir más allá de nuestros propios límites y otras veces necesitamos aceptar límites (Noaceptolímites hubiera necesitado limitar sus impulsos al remar).
·         Respetar acuerdos, consignas y con-tratos –formales e informales- muchas veces contribuye a la convivencia en armonía.
·         Si alguien hace algo que nos perjudica de nada sirve quedarse a lamentar lo que el otro hace. Más vale que hagamos algo para contrarrestarlo o que favorezca nuestro objetivo.
·         Un grupo unido que rema hacia un objetivo común muchas veces puede más que cualquier comportamiento individual errático.

Para finalizar, sólo quiero proponer una perspectiva práctica sobre la cuestión de los acuerdos.
Cada situación puede ser vista como una travesía en balsa: podemos respetar los acuerdos y remar todos juntos hacia un mismo lugar o cada uno puede remar según le plazca.
Si aspiramos a que este sea un mundo mejor y convivir en armonía hagamos honor a nuestros acuerdos y con-tratos. Busquemos las personas y los grupos con los que podamos acordar o esforcémonos por lograr acuerdos básicos con los que nos vemos forzados a convivir.
Empecemos por lo pequeño, lo cotidiano. A veces aspiramos a “grandes” respetos y acuerdos trascendentes y no nos damos cuenta que ello se construye paso a paso con los más “pequeños” acuerdos cotidianos.
Eugenia Lerner

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