El exprimidor de naranjas

Hace unos meses, en medio de la cuarentena, dejó de funcionar mi exprimidor eléctrico. Duró casi veinte años, de manera que ya me había acostumbrado mucho a él. Lo sentía como un amigo en la cocina. Me "proveía" de ricos y saludables jugos de naranja, haciendo fácil la tarea. ¿Qué hacer? Los negocios estaban cerrados. Cada tanto me fijaba en Internet para ver cuál podía adquirir, pero ninguno me convencía. De todas maneras, pensaba, no es un artículo de primera necesidad. Aún así, cada vez que tenía ganas de tomar un jugo, navegaba por la web para ver qué exprimidores se ofrecían.

Así pasaron los días y las semanas hasta que las fruterías se llenaron de naranjas. Ya no quise esperar más. Me dije: “haré un jugo con el exprimidor de mano”. Mientras presionaba y rotaba las naranjas mi cuerpo y mi mente protestaban. Extrañaban a su predecesor eléctrico. 

Hoy pasé por la frutería y compré tres kilos de naranjas, que estaban en oferta. Lo primero que hice al llegar a casa, fue apartar dos de ellas y sacar el exprimidor. Lo miré con cara de pocos amigos y le dije: así las cosas no están bien entre nosotros. ¿Cómo podría llevarme mejor con vos?. Después de unos segundos de silencio, apareció una respuesta en mi interior. “Estás mal acostumbrada. El eléctrico te facilitaba las cosas. Este contribuye con tu tono muscular”. 
Así fue como, gracias a esta nueva perspectiva, me encariñé con él.

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